Wednesday, April 25, 2007

En las palabras del viento

a José Luis Martínez

¡Generación!
Oíd vosotros la palabra del viento que habla
por el hálito de mi nariz.
Olvidado el mundo de su atavío, y el pájaro de
su concupiscencia
encontré la sangre esparcida del alma de los
pobres y de los inocentes,
y no lo hallé precisamente en excavaciones,
sino en todas estas cosas que tocamos a diario
con nuestra mirada,
mis entrañas encendidas clamaron y guardé su
enojo para siempre,
la amargura de mi corazón penetró hasta mis
tuétanos,
las aguas en lo alto detuvieron su paso y la
lluvia faltó,
miré la tierra y he aquí que estaba asolada y
vacía,
los montes temblaban de pánico, los cielos
oscurecían,
y los andamios de mi cerebro como jaula de
pájaros; se encontraba de engaño,
mis ojos no vieron ni mis oídos oyeron,
entonces subí hacia el mediodía y cabalgué
llanuras como la sombra de la tarde
y he aquí lo que encontré y traigo para
vosotros:
no os alegréis todavía, simplemente es un
sepulcro abierto,
uno para cada uno, valientes perseguidores de
la verdad.
Mudado el negro su pellejo y el leopardo sus
manchas,
escalaremos la noche, abatiremos su heredad
y desde los rincones de la sombra extravagantes
partidarios elogiarán nuestros modales,
mas nuestros pensamientos acompasados
descansarán bajo muros distintos,
el betún del silencio reunirá recuerdos
panfletarios de la tierra dormida,
la fuente de la noche derramará sus silicatos,
y con ávido dedo recorrerá los labios del
suicida
que estará con la náusea de su mareo celeste.

Abajo, numerosas familias de acrídidos
moribundos
repasarán el lenguaje de las constelaciones,
y en su simiente alada,
como poetas con sus palabras viajarán por un
clima más vasto
que el imperio del sueño.
Soledad: creo que no estaré solo en las
gigantescas y solidificadas planchas de
sabores,
cualitativas porciones han mezclado su alma a
los asuntos lejanos,
donde ladridos de perros y croar de ranas
avivan ciudades,
perturbando al príncipe de una patria de
imágenes.
¡Pero y los otros! Los malaventurados que
proclamaron acrofobia por temor a la
nada,
con langorosos violines en la punta del alma,
y no apoyaron su frente en la última estrella,
ni uniendo la fisura de sus labios se ungieron
con los enjambres del silencio,
y al oír el silbido más puro de la perdiz errante
tornaron a construir bufandas para
pájaros,
los que con brasas pálidas bajo las cenizas de
sus plantas
ignoraron por siempre la estatura del viento,
y el olor de suavidad no abrevaron en las
colmenas del olvido,
esos no entrarán nunca a los hermosos climas
del espacio y el sueño.



Los Neumatismos

a Alí Chumacero


I

La sensibilidad ha sido siempre un motivo de
lujo;
pero cuando los ojos al ciento por ciento
clarividentes
de la señorita Mammón dilucidaron entre sí
cuatro momentos de sucesión estática,
de la lengua escaparon dos terribles frases
pájaros;
hermosa, tengo sueño; entonces la luz de los
ojos se tornó en acción,
las lágrimas secretas gastaron el recóndito
umbral,
y el fuego de la lujuria consumió la cima de
la imaginación.
En ese momento mi alma lanzó un trágico
aullido,
el silencio revoloteaba
y el crujir de los vientos se escuchó en mi
tranquilo pecho;
mas el infinito se confundía en un círculo
estrecho en mi cerebro.
Afuera, la caza nocturna de polvos inmortales
era trazada en su carrera por errantes
palomas,
pero un áspero zumbido celeste interrumpía
la búsqueda;
entonces el miedo se apoderó del terror,
el terror de la locura, la locura de la nada
y una invernal llovizna de cansados anhelos
humedeció el origen de la huella del hombre.


II

Roto el dique del tiempo, los últimos dedos
de las horas
se aferran a las riberas del recuerdo;
¿que será de la colilla tirada por la borda del
río?
¿Y del abrigo negro marchito de tiempo?
¿La amante triste como sombrío canal,
repasará la dirección perdida de un supuesto
heredero?
Mi hermano casi duque ¿viajará sobre la
dulce canción
resbaladiza de la niebla de Londres?...
Un momento, alguien toca a mis orejas,
una voz pendular como fría ráfaga escucho,
¿será el huésped previsto,
el vislumbrado transeúnte solitario
de mis premoniciones celulares?
¿será el alma de los espejos rotos
sudorosa de vaho?
¿Quién puede ser, en esta hora sin tiempo
en esta canto sin amor?
Mi cerebro formula vagos pensamientos.
Si las lágrimas del sol entierran a sus muertos,
él no estará tranquilo en su palacio eterno,
a pesar de que el viento remueva sus
constancias
de brocados y sedas,
pero... y las doradas constelaciones,
¿asumirán aún su dogmática fidelidad para
sus confederados?


III

Más lejanos de las estrellas
y más cercanos del ojo,
vamos con paso lento hacia las sombras,
un constante caldero de esencias impuras
reverbera al oído;
el aleteo sombrío de lo inmortal
aturde los anhelos,
pero los polvos eternos se rescatan del canto
entre la bruma
y la distancia que surgen bajo el sueño;
después el pájaro suelta un canto
sobre un hacinamiento de las palabras,
y la esperanza surge
como una flor profética
renovando el aroma salobre de la tierra.
He aquí el momento amargo entre el nacer
y el morir, entre medir el tiempo antiguo
y calcular el futuro
en la velocidad de las inmensidades cósmicas,
y con la resultante procrear la hiel
a la silvestre rosa,
con su simiente
de consabida devoción.

IV

Mas el nutrido lamento surge del sótano
de nuestras tensas vísceras, iiii, iiii, iiii
se oyen las voces retumbando en la
noche, y con un corto esfuerzo,
se perciben acordes la plantas asesinas
de nuestro mustio origen, plafff, plaff, plaff
los desolados sentidos
surcados con bocinas
de altoparlante esfuerzo,
se acurrucan diciendo:
ya es bastante con esto
ya es bastante,
a los lejos se escucha el ulular
del viento que hace cimbrar los dientes.



V

La tarde había doblado sus alas
vencida por el peso de las meditaciones,
las últimas hojas declinaban
sus nervios sobre la tierra umbrosa;
iban asidos a sus mudas manos
las últimas parejas de hombres
eterizados por la nostalgia cósmica
repetían con obsesión sus
estancias lejanas
por reductos de yerba que sus pies olvidaran
una y otra vez hasta el abatimiento
los gestos de los hombres que agonizan
cautivos
por la comba mirada de los organizados
neumatismos,
de sus ojos brotaban las misteriosas frases
que escapan de los náufragos
y los vocablos lívidos que en su lengua
crecían, se iban hundiendo en mares
como viejas tenazas;
entonces: tumefacto en la orilla de imágenes
pétreas, vi a la rata y al cuervo jugar al
conocido
y tan despreciable juego de los reinos
crepusculares.

Argumento

Visión de los Reinos Crepusculares

Plaza gigantesca: El mundo
Árbol: La vida
Mujer Sol: La sabiduría
Cuervo: El subconciente
Doce frutos: Meses del año
Voces: Ambiente del siglo
Rata: La muerte
Espejos biconvexos: Acontecimientos
sorpresivos



VI

En mitad de una plaza gigantesca,
se erguía un árbol de esplendoroso tronco,
el cual alimentaba sus raíces de limpio río,
con aguas sanguíneas brillantes como cristal
de roca,
de sus rapas pendían doce frutos totalmente
vírgenes
cubiertos para su pudor con sólo una hoja
que desafiante
se erguía para su cometido,
cada fruto ostentaba una puerta
con bruñido tatuaje en su frontal mirada,
de las que descendían espejos biconvexos,
que aturdían la mirada al reflejarse en ellos
mujer vestida de sol
que en cierta displicencia escuchaba
un canto de sabores, otro de sensaciones y
uno más de
impresiones sentada en grande y hermoso
trono blanco
la atmósfera estaba alimentada por veinte
millones
de descompuestas voces onomatopéyicas
que salían de un gran agujero por el que
podía verse
el espacio interior del universo;
la rata sentada a la diestra de la mujer sol,
ostentaba una toga carnicera
de un gris desteñido salpicado de sangre,
su cínica mirada enturbiaba la atmósfera,
su estómago era grande y redondo,
se entretenía afilándose los dientes;
a la siniestra, yacía el cuervo ostentosamente
vestido de negro;
devoraba una lúgubre sonrisa que se le
enroscaba al cuello.
De súbito, el árbol agitó sus ramas y se oyeron
lamentos, la rata trastornada penetró su inyectada
mirada entre los ruidos y surgieron las pestes, los
trastornos hepáticos y las náuseas.
Después la mujer sol intervino su fruto con la
llave de los abismos en la mano y el chasquido de
su inclemencia al cerrarse la puerta hizo florecer
lágrimas en la oscuridad, los espejos callaron y
surgieron estrellas.
El cuervo continuaba devorando sonrisas lúgu-
bres, el árbol tembló nuevamente y los doce frutos
fueron cayendo lentamente de uno en uno, hasta
trocarse simplemente en recuerdos, el viento dejó
crecer sus barbas en el añoso tronco, y el cuervo
se deshizo en loas, tan contundentes y eficaces que
el agujero por el que manaban onomatopéyicas vo-
ces resquebrajóse con estrépito quedando al descu-
bierto la perfecta armonía del universo.

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