Visión de un Lema silencioso y el Tapiz de un Ojo
El hombre y la muerte juegan en tiempo relativo; pero la muerte frenética y sagaz ha derramado, en forma de trampa, el silencioso lema de su esencia, el hombre olvidado de su origen sucumbe, estrellando en la eternidad el tapiz del mundo reflejado en sus ojos.
Dinámicas las moscas del tiempo laboran en su rueca el infinito al conjuro de la canción del hastío; pero al sentir el tránsito del alma suspenden su labor, escondiéndose detrás de un solemne brillo, el cual se desprende de la cabellera de la doncella absoluta, que en mitad del universo contempla la acción.
Dentro de la gasa de la alegría, y tocando en la puerta de la hora presente, trataré de contaros cómo el bordado de un lema silencioso hizo pedazos el tapiz de un ojo.
En el vacío cabeceaban los nardos, el campo yacía abierto como granada, sólo se escuchaba el ¡ay, ay! del eléctrico viento devorado por una lechuza somnolienta.
Tomados de la mano y obedientes al ritmo de sus voces, iban el hombre y la muerte saltando en torno de las estaciones, al lado se erguía el grosero ayuntamiento del odio y la concordia con atavíos de filo y augusto sacramento; ¡cuán hermoso es el mundo! exclamó el hombre con rústica sonrisa; y el dolor de la arcilla picoteó las orejas de la misericordia enroscada en un salmo. Dinámica, la muerte escarbaba la tierra en busca de un gusano, para saciar su instinto de gallina rupestre.
La canción del hastío tocó su débil flauta y las verdes moscas volaron para mover su rueca, con hilo inexistente zzzzz, zzzzz... murmuraban entre sí, ¡silencio!, alguien viene, gritó la más bermeja y escondieron la rueca detrás de un solemne brillo.
La doncella del cielo reverberó ante el clamor de un relámpago, sus muslos se llenaron de lágrimas y su cabellera aderezada por brillantes cometas removióse, tocando con la punta de sus largos cabellos la causa y la desgracia, el hueso y la ceniza, el principio y el fin.
Pero aún no era el momento propicio para que los gusanos devoraran el llanto, faltaba presenciar la frenética lucha en los pasillos del recuerdo, del ojo con la imagen, del silencio y el viento, del espacio y el tiempo; la ansiedad de la sangre silbaba en el cruce de las meditaciones y el ímpetu primitivo retorciendo sus hálitos bailaba, entonces: la fórmula perdida fue buscada afanosamente, primero por los desfiladeros de cal, por el cuenco del cielo, por el tallo de la oración, por el torrente empaquetado de la simiente marina, después:
en el cráneo fosfórico de una pila fundida, bajo el ala oxidada de una huella,
en el insomnio de un espejo, en el monóculo subterráneo de un topo, sobre la inaferrable expresión de un hombre asesinado en la punta de un grito.
¡Todo fue inútil! ¡Todo fue inútil! Las garras de la blanca violencia apretaban con fuerza el cuello de la angustia, el musgo había crecido en la lengua de los hombres y los últimos sueños huían, por el filo curvado del viento.
Toda la luz del arrepentimiento habría cabido en el ojo de un gallo, si la tierna fraternidad de la ignorancia no hubiese sido derramada, pero ya la soberbia danzaba sobre sus negros ácidos ahuyentando los pájaros, y al cerrar la compuerta de la misericordia, aplastaba el recodo donde el crepúsculo reposa el corazón.
Solamente el aroma del cedro solitario recorría la mirada del mundo, donde una cobra encendida clamaba por el ausente canto del barro original, por la cruenta aniquilación de la divina esencia en palomas forjada, por la piedad turbia, en el gañido del poder engastado en lamentos, por el naufragio del sol entre los dedos y la barca extraviada del olvido en la velocidad del tiempo. Ya nada separaba al verbo de su origen, la anunciación del fin, a la muerte su Dios había alcanzado.
Lo que dijo el Poeta a la Turba.
Ya os lo dije una vez en singular ocasión:
No quiero nada con sapiencias vaharientas y cansadas, mientras el tordo continúe silbando su mejor canción en el sótano de los huesos, y las zarzas conserven su alcurnia de doncellas en las secas vertientes del silencio.
¿Pero vosotros: habéis escuchado, alguna vez por las rendijas del aterido corazón, el recuerdo que la araña ha cubierto con su tela?
Bueno, . . . no hace falta que el pez hermoso que en la boca yace se vuelva mentiroso.
¡Escuchad lo siguiente!
Ahí: donde el ojo ha marcado con su leve pisada el tránsito del alma, surge nuestro obituario de registros lejanos;
Entonces la reverberación del cuerpo murmura una plegaria, la cigarra silencia su rumor, y el zorzal canta entre la hierba, crap, crop, crap, crop.
Pero sólo el lamento de Filomela, tan rudamente forzada por el bárbaro rey, nos puede dar la imagen de lo que el alma sufre bajo el peso del muro de la razón policroma. Donde extraños perfumes sintéticos, acechan los sentidos agitados por el aire del verbo, que con sus llamas crepusculares refleja en el artesonado del recinto, las últimas parejas de delfines azules llevando el ataúd dorado de los sueños infantes.
Al fondo de la bóveda se escuchan inviolables los cantos funerales de unicornios sombríos, que miran el silencio dentro del corazón del tiempo.
Cuando los unicornios apagaron su canto, dijeron entre sí:
"¿No turbarán su lecho los súbitos rencores?"
"¿Germinarán este año?"
Sus palabras brillaron y se aquietaron salvajemente.
"¡Si ésto no te gusta, lo mismo da!"
"¡Dénse prisa por favor, que ya es hora!" Gritó el más grande y brilloso.
Por su parte los delfines azules, poniendo cara triste, devoraban nostalgia comentando el suceso:
Mas, cuando la turba bajó los párpados con un documento de niebla invernal en cada ojo, el poeta descendió de su pódium y dijo a la distancia:
"En la hora violácea, cuando las manos y los ojos se alzan del escritorio, cuando el corazón humano espera, como un taxímetro espera palpitando; yo poeta, aunque cargado de nostalgia y rumores subterráneos, palpito entre dos vidas y puedo ver en la hora violácea, esa hora del atardecer que nos empuja al hogar y envía del viento a casa del errante jilguero y el estrépito de motores y bocinas sugiere un matraqueo de huesos y risas descarnadas, cuando el gato desliza su vientre sedoso por el borde del prado y el tordo retardado va sembrando con su tiu . . . tiu . . . la lejanía, yo os bendigo.
Por el hilo dorado de lo Eterno
Era uno de esos días, en que la ruta de la bruma se encontraba sonora propiciando el recuerdo de constancias distantes.
Los pájaros habían dejado caer su última melodía sobre el vellón de pasto y el silencio silbaba por los poros de la noche.
En el sótano de un sueño, un hombre de extraños ojos y larga cabellera menguaba su atavío, para colmar de largas hebras de oro el misterioso artefacto navegable, asido por el frente a cuatro hermosos caballoalondras negros, fustigados por la grupa, por increíbles relámpagos de sueños lejanos.
De sus tiernos picos resbalaban y caían, rebotando en la profundidad del tiempo, tres incipientes pero hermosos, currucú, currucú, currucú.
Este extraño sujeto era experimentado explorador de sueños.
Disponíase a ir un poco más allá del reino de lo eterno.
En las manos llevaba el corazón del cielo, y los ojos flotando en la canción viento.
Mas: Cuando las llamas de la ansiedad reventaban sus sienes, bajo el parpadeo de un moribundo, asentó su navío.
Sobre las duelas de través, se escuchaba el tic tac de un reloj taciturno, eran segundos con plumaje de cuervo, hora preciosa en que el temblor del alma propiciaba liturgia a la oración postrera.
"No cabe la menor duda",
murmuró un cometa al pasar.
"Es un aventurado cósmico";
y su cauda fue dejando una estela
de vocablos luminosos que decían:
"¿de dónde vienes, qué es lo que buscas?"
"¿a donde vas?"
Por su parte, las olas del viento evadían
con singular gimnasia
las silenciosas aspas del navío, que en su
errante peregrinar
por los espacios interiores de un nostálgico
cielo,
recordaba la délfica mirada de quienes
nos precedieron en los abismos,
con el alma adherida
al betún de la muerte.
Los cabolloalondras brillaban jadeantes,
ante el hálito resplandeciente
de los confederados siderales,
los que con ígneo regocijo miraban el discurrir
osado;
hasta que un espectacular diálogo celeste
intervino en su ruta;
la estática cubrió el fragor y el oído escuchó.
Osa Mayor:
Hace muchas lunas el gran bebedor de
espacios nos inquiría:
Del punto A al punto B, ¿cuántos planetas
caben?
Y trazaba con estridente luz violeta un
horizonte
sobre el pizarrón brillante de la noche.
Estrella Adolescente:
Y después. . .
Osa Mayor:
Todas a coro respondíamos cantando
Estrella Adolescente:
¿Qué aquí también se puede cantar?
Osa Mayor:
No hagas preguntas sin átomos candentes,
niña.
Estrella Adolescente:
Querrás decir: con sentido celeste.
Osa Mayor:
Como tu quieras, pero escucha:
decía momento atrás, que contestábamos
todas
a coro cantando:
caben todas las que la imaginación imagine,
Padre, o como el pensar en Tí, o en la Virgen
tu Madre.
El silencio revoloteó por largo rato,
Después el fruto donde nutriera sus anhelos
el aterido halcón,
tornóse más amargo, pero más dulce el alma
cautiva del dolor,
al igual que la nube recién lavada
teñida por el humo de cigarros urbanos,
Pero cuando el torrente del alba,
rozó los umbrales de la misericordia,
de la boca de un hombre salieron dos alondras
maltrechas
que dijeron cantando:
Alondra 1a.:
Ya lo he dicho otra ocasión, nadie juega,
nadie juega sobre la piel de la flor,
sólo relumbra el olvido por la lengua del dolor.
Alondra 2a.:
¡Abrid los escotillones,
de la aterida canción,
hasta que envenene al viento el elixir del amor!
Alondra 1a.:
¡Y las madejas de angustia se desploman,
con metálico rumor!
Alondra 2a.:
¿Y el ciudadano del humo
con cicatrices de amor
de madrugadas dormidas y en el ojo una
oración?
Alondra 1a.:
¡Azotadlo con la luna!
¡Azotadlo con pasión!
¡Azotadlo con esponjas mojadas de ilusión!
Alondra 1a. y Alondra 2a.:
Que los alcoholes del viento propaguen esta
canción
esta canción de agua triste,
con golondrinas en flor,
y en la flor un Continente
flotando en el universo,
con una letrero oxidado:
"Para el lejano azul, por el hilo dorado de lo
eterno"
El hombre y la muerte juegan en tiempo relativo; pero la muerte frenética y sagaz ha derramado, en forma de trampa, el silencioso lema de su esencia, el hombre olvidado de su origen sucumbe, estrellando en la eternidad el tapiz del mundo reflejado en sus ojos.
Dinámicas las moscas del tiempo laboran en su rueca el infinito al conjuro de la canción del hastío; pero al sentir el tránsito del alma suspenden su labor, escondiéndose detrás de un solemne brillo, el cual se desprende de la cabellera de la doncella absoluta, que en mitad del universo contempla la acción.
Dentro de la gasa de la alegría, y tocando en la puerta de la hora presente, trataré de contaros cómo el bordado de un lema silencioso hizo pedazos el tapiz de un ojo.
En el vacío cabeceaban los nardos, el campo yacía abierto como granada, sólo se escuchaba el ¡ay, ay! del eléctrico viento devorado por una lechuza somnolienta.
Tomados de la mano y obedientes al ritmo de sus voces, iban el hombre y la muerte saltando en torno de las estaciones, al lado se erguía el grosero ayuntamiento del odio y la concordia con atavíos de filo y augusto sacramento; ¡cuán hermoso es el mundo! exclamó el hombre con rústica sonrisa; y el dolor de la arcilla picoteó las orejas de la misericordia enroscada en un salmo. Dinámica, la muerte escarbaba la tierra en busca de un gusano, para saciar su instinto de gallina rupestre.
La canción del hastío tocó su débil flauta y las verdes moscas volaron para mover su rueca, con hilo inexistente zzzzz, zzzzz... murmuraban entre sí, ¡silencio!, alguien viene, gritó la más bermeja y escondieron la rueca detrás de un solemne brillo.
La doncella del cielo reverberó ante el clamor de un relámpago, sus muslos se llenaron de lágrimas y su cabellera aderezada por brillantes cometas removióse, tocando con la punta de sus largos cabellos la causa y la desgracia, el hueso y la ceniza, el principio y el fin.
Pero aún no era el momento propicio para que los gusanos devoraran el llanto, faltaba presenciar la frenética lucha en los pasillos del recuerdo, del ojo con la imagen, del silencio y el viento, del espacio y el tiempo; la ansiedad de la sangre silbaba en el cruce de las meditaciones y el ímpetu primitivo retorciendo sus hálitos bailaba, entonces: la fórmula perdida fue buscada afanosamente, primero por los desfiladeros de cal, por el cuenco del cielo, por el tallo de la oración, por el torrente empaquetado de la simiente marina, después:
en el cráneo fosfórico de una pila fundida, bajo el ala oxidada de una huella,
en el insomnio de un espejo, en el monóculo subterráneo de un topo, sobre la inaferrable expresión de un hombre asesinado en la punta de un grito.
¡Todo fue inútil! ¡Todo fue inútil! Las garras de la blanca violencia apretaban con fuerza el cuello de la angustia, el musgo había crecido en la lengua de los hombres y los últimos sueños huían, por el filo curvado del viento.
Toda la luz del arrepentimiento habría cabido en el ojo de un gallo, si la tierna fraternidad de la ignorancia no hubiese sido derramada, pero ya la soberbia danzaba sobre sus negros ácidos ahuyentando los pájaros, y al cerrar la compuerta de la misericordia, aplastaba el recodo donde el crepúsculo reposa el corazón.
Solamente el aroma del cedro solitario recorría la mirada del mundo, donde una cobra encendida clamaba por el ausente canto del barro original, por la cruenta aniquilación de la divina esencia en palomas forjada, por la piedad turbia, en el gañido del poder engastado en lamentos, por el naufragio del sol entre los dedos y la barca extraviada del olvido en la velocidad del tiempo. Ya nada separaba al verbo de su origen, la anunciación del fin, a la muerte su Dios había alcanzado.
Lo que dijo el Poeta a la Turba.
Ya os lo dije una vez en singular ocasión:
No quiero nada con sapiencias vaharientas y cansadas, mientras el tordo continúe silbando su mejor canción en el sótano de los huesos, y las zarzas conserven su alcurnia de doncellas en las secas vertientes del silencio.
¿Pero vosotros: habéis escuchado, alguna vez por las rendijas del aterido corazón, el recuerdo que la araña ha cubierto con su tela?
Bueno, . . . no hace falta que el pez hermoso que en la boca yace se vuelva mentiroso.
¡Escuchad lo siguiente!
Ahí: donde el ojo ha marcado con su leve pisada el tránsito del alma, surge nuestro obituario de registros lejanos;
Entonces la reverberación del cuerpo murmura una plegaria, la cigarra silencia su rumor, y el zorzal canta entre la hierba, crap, crop, crap, crop.
Pero sólo el lamento de Filomela, tan rudamente forzada por el bárbaro rey, nos puede dar la imagen de lo que el alma sufre bajo el peso del muro de la razón policroma. Donde extraños perfumes sintéticos, acechan los sentidos agitados por el aire del verbo, que con sus llamas crepusculares refleja en el artesonado del recinto, las últimas parejas de delfines azules llevando el ataúd dorado de los sueños infantes.
Al fondo de la bóveda se escuchan inviolables los cantos funerales de unicornios sombríos, que miran el silencio dentro del corazón del tiempo.
Cuando los unicornios apagaron su canto, dijeron entre sí:
"¿No turbarán su lecho los súbitos rencores?"
"¿Germinarán este año?"
Sus palabras brillaron y se aquietaron salvajemente.
"¡Si ésto no te gusta, lo mismo da!"
"¡Dénse prisa por favor, que ya es hora!" Gritó el más grande y brilloso.
Por su parte los delfines azules, poniendo cara triste, devoraban nostalgia comentando el suceso:
Mas, cuando la turba bajó los párpados con un documento de niebla invernal en cada ojo, el poeta descendió de su pódium y dijo a la distancia:
"En la hora violácea, cuando las manos y los ojos se alzan del escritorio, cuando el corazón humano espera, como un taxímetro espera palpitando; yo poeta, aunque cargado de nostalgia y rumores subterráneos, palpito entre dos vidas y puedo ver en la hora violácea, esa hora del atardecer que nos empuja al hogar y envía del viento a casa del errante jilguero y el estrépito de motores y bocinas sugiere un matraqueo de huesos y risas descarnadas, cuando el gato desliza su vientre sedoso por el borde del prado y el tordo retardado va sembrando con su tiu . . . tiu . . . la lejanía, yo os bendigo.
Por el hilo dorado de lo Eterno
Era uno de esos días, en que la ruta de la bruma se encontraba sonora propiciando el recuerdo de constancias distantes.
Los pájaros habían dejado caer su última melodía sobre el vellón de pasto y el silencio silbaba por los poros de la noche.
En el sótano de un sueño, un hombre de extraños ojos y larga cabellera menguaba su atavío, para colmar de largas hebras de oro el misterioso artefacto navegable, asido por el frente a cuatro hermosos caballoalondras negros, fustigados por la grupa, por increíbles relámpagos de sueños lejanos.
De sus tiernos picos resbalaban y caían, rebotando en la profundidad del tiempo, tres incipientes pero hermosos, currucú, currucú, currucú.
Este extraño sujeto era experimentado explorador de sueños.
Disponíase a ir un poco más allá del reino de lo eterno.
En las manos llevaba el corazón del cielo, y los ojos flotando en la canción viento.
Mas: Cuando las llamas de la ansiedad reventaban sus sienes, bajo el parpadeo de un moribundo, asentó su navío.
Sobre las duelas de través, se escuchaba el tic tac de un reloj taciturno, eran segundos con plumaje de cuervo, hora preciosa en que el temblor del alma propiciaba liturgia a la oración postrera.
"No cabe la menor duda",
murmuró un cometa al pasar.
"Es un aventurado cósmico";
y su cauda fue dejando una estela
de vocablos luminosos que decían:
"¿de dónde vienes, qué es lo que buscas?"
"¿a donde vas?"
Por su parte, las olas del viento evadían
con singular gimnasia
las silenciosas aspas del navío, que en su
errante peregrinar
por los espacios interiores de un nostálgico
cielo,
recordaba la délfica mirada de quienes
nos precedieron en los abismos,
con el alma adherida
al betún de la muerte.
Los cabolloalondras brillaban jadeantes,
ante el hálito resplandeciente
de los confederados siderales,
los que con ígneo regocijo miraban el discurrir
osado;
hasta que un espectacular diálogo celeste
intervino en su ruta;
la estática cubrió el fragor y el oído escuchó.
Osa Mayor:
Hace muchas lunas el gran bebedor de
espacios nos inquiría:
Del punto A al punto B, ¿cuántos planetas
caben?
Y trazaba con estridente luz violeta un
horizonte
sobre el pizarrón brillante de la noche.
Estrella Adolescente:
Y después. . .
Osa Mayor:
Todas a coro respondíamos cantando
Estrella Adolescente:
¿Qué aquí también se puede cantar?
Osa Mayor:
No hagas preguntas sin átomos candentes,
niña.
Estrella Adolescente:
Querrás decir: con sentido celeste.
Osa Mayor:
Como tu quieras, pero escucha:
decía momento atrás, que contestábamos
todas
a coro cantando:
caben todas las que la imaginación imagine,
Padre, o como el pensar en Tí, o en la Virgen
tu Madre.
El silencio revoloteó por largo rato,
Después el fruto donde nutriera sus anhelos
el aterido halcón,
tornóse más amargo, pero más dulce el alma
cautiva del dolor,
al igual que la nube recién lavada
teñida por el humo de cigarros urbanos,
Pero cuando el torrente del alba,
rozó los umbrales de la misericordia,
de la boca de un hombre salieron dos alondras
maltrechas
que dijeron cantando:
Alondra 1a.:
Ya lo he dicho otra ocasión, nadie juega,
nadie juega sobre la piel de la flor,
sólo relumbra el olvido por la lengua del dolor.
Alondra 2a.:
¡Abrid los escotillones,
de la aterida canción,
hasta que envenene al viento el elixir del amor!
Alondra 1a.:
¡Y las madejas de angustia se desploman,
con metálico rumor!
Alondra 2a.:
¿Y el ciudadano del humo
con cicatrices de amor
de madrugadas dormidas y en el ojo una
oración?
Alondra 1a.:
¡Azotadlo con la luna!
¡Azotadlo con pasión!
¡Azotadlo con esponjas mojadas de ilusión!
Alondra 1a. y Alondra 2a.:
Que los alcoholes del viento propaguen esta
canción
esta canción de agua triste,
con golondrinas en flor,
y en la flor un Continente
flotando en el universo,
con una letrero oxidado:
"Para el lejano azul, por el hilo dorado de lo
eterno"
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